Y solo recuerda algo!!

 


La vida muchas veces creemos que puede ir en un solo sentido pero resulta que tiene varios y diferentes formas de transitar cada uno y muchas veces podemos pensar que nos sentimos un tanto perdidos.


“LA ALEGORÍA DEL CARRUAJE”
(Bucay, J: “Las 3 preguntas”, Ed Integral, Barcelona, 2009, págs: 21-23)
Un día, suena el teléfono.
La llamada es para mí.
Apenas atiendo, una voz muy familiar
me dice:
- Hola, soy yo. Sal a la calle. Hay un
obsequio para ti. Entusiasmado, me dirijo a
la acera y me encuentro con el regalo. Es
un precioso carruaje estacionado justo,
justo, frente a la puerta de mi casa. Es de
madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca,
todo muy fino, muy elegante, muy «chic».
Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular tapizado
en pana burdeos y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al
cubículo. Me siento y me doy cuenta de que todo está diseñado exclusivamente para
mí: está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo...
Todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.
Entonces, miro por la ventana y veo «el paisaje»: de un lado, la fachada de mi
casa; del otro, la de la casa de mi vecino y digo: «¡Qué maravilloso este regalo! Qué
bien, qué bonito y me quedo disfrutando de esa sensación.
Al rato, empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Me pregunto: «¿Cuánto tiempo puede uno ver las mismas cosas?» Y empiezo
a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino, que me dice,
como adivinándome el pensamiento:
- ¿No te das cuenta de que a este carruaje le falta algo?
Yo pongo cara de «qué-le-falta» mientras miro las alfombras y los tapizados.
- Le faltan los caballos -me dice antes de que llegue a preguntarle.
Por eso veo siempre lo mismo -pienso-, por eso me parece aburrido...
- Cierto -digo yo.
Entonces, voy hasta el corralón de la estación y consigo dos caballos, fuertes,
jóvenes, briosos. Ato los animales al carruaje, me subo otra vez y, desde dentro, grito:

2 - ¡¡Eaaaaa!!
El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente
yeso me sorprende.
Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el vehículo y
una rajadura se insinúa en uno de los laterales.
Son los caballos que me conducen por caminos terribles; atraviesan todos los
pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.
Me doy cuenta de que no tengo ningún control de nada; esas bestias me
arrastran a donde ellas quieren.
Al principio me pareció que la aventura que se presentaba era muy divertida
pero, al final, siento que esto que pasa es muy peligroso.
Comienzo a asustarme y a darme cuenta de "que esto tampoco sirve.
En ese momento, veo a mi vecino que pasa por allí cerca, en su coche. Lo
insulto:
- ¡Qué me hizo!
Me grita:
- ¡Te falta el cochero!
- ¡Ah! -digo yo.
Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar a un
cochero.
Tengo suerte. Lo encuentro.
Es un hombre formal y circunspecto, con cara de poco humor y mucho
conocimiento.
A los pocos días, asume funciones.
Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo
que me hicieron.
Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero adónde quiero ir.
Él conduce, tiene toda la situación bajo control. Él decide la velocidad adecuada y
elige la mejor ruta.
Yo, en la cabina... disfruto del viaje.


Por Evangelina Avalos Fernández. 29/07/2021.


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